November 2022
Marcela
Olivos López
,
Enfermera
Médico Quirúrgico
Hospital Clínico Red de Salud UC-CHRISTUS
Santiago
,
Santiago
Chile
I always received from Marcela a treatment that was not only respectful but warm. I would say rather affectionate, which is fundamental for a patient who is in a total state of defenselessness.
Esta no es una historia espectacular sobre un acto de heroísmo extremo sino la puesta por escrito de la impresión imborrable que generó en mí la vocación serena de una enfermera. Antes de relatar mis vivencias en concreto me parece importante poner de manifiesto a modo de preámbulo dos elementos que considero importantes.
El primero de ellos es que padezco de nacimiento de una Paraparesia espástica, lo cual ha conllevado que a lo largo de mi vida he tratado incontables veces con personal de salud así como con distintos centros hospitalarios y debo decir que en este largo peregrinar que se iniciara hace más de cuarenta años en el Instituto Teletón he encontrado muchos profesionales de altísimo nivel, no obstante lo cual el quehacer de la enfermera merece sin duda un lugar destacadísimo en mi ya larga andadura por los vericuetos de la medicina.
Una segunda cuestión que deseo poner de relieve es que compongo este relato seis meses después de mi internación en el hospital U.C Christus, por lo cual he tenido el tiempo de sopesar serenamente mis impresiones sobre dicha experiencia, tras lo cual no puedo sino sentirme agradecido de los profesionales que ahí me atendieron, especialmente de la enfermera Marcela, quien no solo mostró el profesionalismo que cabe esperar sino que fue sin duda mucho más allá de lo que el deber le imponía, pues no se limitó a la administración de medicamentos y otras tareas propias de su quehacer. Más bien estuvo siempre atenta al más mínimo detalle, cuestión que en mi caso resultó fundamental por encontrarme absolutamente postrado. Siempre recibí de ella un trato no solo respetuoso sino cálido. Yo diría más bien afectuoso, lo cual es fundamental para un enfermo que se encuentra en total estado de indefensión.
Por citar solo algunos ejemplos recuerdo que siempre era posible adivinar a pesar de la mascarilla la sonrisa de sus ojos, cosa que imagino, no debe ser sencilla. Su quehacer seguramente la somete a estrés, por no mencionar que como todos debe lidiar con dificultades en el plano personal. No obstante lo cual mantuvo siempre una disposición a toda prueba y ciertamente lidiar conmigo no fue siempre tarea fácil. A muchos momentos producto de una estadía de sesenta días en la clínica perdí los nervios y ciertamente no fui la persona más amable.
Es precisamente en estos momentos cuando ella dio mayor muestra de su vocación, pues en lugar de ignorarme y seguir con sus quehaceres se tomó siempre el tiempo para, con serenidad y afecto, darme calma. Muchas otras veces, a pesar de todo el quehacer del hospital encontró unos minutos para conversar conmigo de cualquier cosa. Una comida, un recuerdo de infancia o lo que fuera. Esas conversaciones ciertamente me rescataron de la soledad que suponía encontrarme postrado además de aislado. Otra cosa que recuerdo con particular gratitud es un momento en que yo me encontraba sumido en la más absoluta tristeza y al ver esto ella me miró con infinita comprensión y me tomó las manos. Este gesto pudiera parecer insignificante pues en un hospital es muy común que todo mundo te examine y ausculte, pero por lo regular esta acción se parece más a la manipulación de un instrumento que a un contacto humano. Por lo tanto, cuando digo que tomó mis manos me refiero a hacerlo con el más profundo respeto, empatía por el ser humano que tiene en frente. En verdad solo dijo unas sencillas palabras: “Fabián todo va a estar bien”, pero lo verdaderamente significativo fue el tono de su voz y su mirada que reflejaban una serenidad y una empatía pocas veces vista. De tal modo que por unos preciados instantes me pareció estar en casa y no en la fría y aséptica sala de un hospital. No me cabe duda de que alguien con esas características merece todos los reconocimientos posibles, pues además de lo antes reseñado ella fue también capaz de ser comprensiva con mi señora madre, teniendo con ella también una paciencia infinita y una comprensión total ante nuestra compleja situación.
Como dije al comienzo, esta no es una historia espectacular sino más bien la torpe narración de miles de detalles que en definitiva me rescataron. El abrir o cerrar las cortinas a mi gusto, el alcanzarme un vaso de agua, el despedirse de mí al terminar su turno, el preguntar si vendrían a visitarme. El estar atenta a mis horarios de comida. El colocar una manta cada vez que yo decía, tocando el timbre, que tenía frío. Todo esto con gran delicadeza Si yo multiplico estas pequeñas acciones por los casi dos meses que estuve allí y las hago extensivas a los muchos enfermos que durante ese período, y estoy seguro que aún ahora siguen recibiendo su trato deferente, dedicado y respetuoso, no alcanzarían todos los caracteres del mundo para agradecer encontrar en la vida personas con esa entrega y vocación.
Hace un tiempo leí por ahí que las enfermeras cambian vidas y eso lo cambia todo. Esa expresión cobra hoy para mí un sentido profundo y vivo. Cuando decir gracias se queda corto se me vienen a la mente las palabras que hace tiempo oí decir a un teólogo: "Dios tiene las manos atadas, solo tiene las nuestras para hacer el bien." Y en mi caso las manos de esa enfermera fueron auténticamente las manos de Dios. Ciertamente podemos discutir largamente sobre la existencia o no de Dios pero lo que no tiene discusión posible es la calidad humana, vocación y entrega de, mis bendiciones. No solo en el sentido religioso del término sino quizás en el más hermoso que es el sentido etimológico de la palabra: decir bien de alguien, pues yo solo tengo buenas palabras para decir de ella. Gracias infinitas.
***
(Translated using Google Translate)
This is not a spectacular story about an act of extreme heroism, but rather the writing of the indelible impression that the serene vocation of a nurse made on me. Before recounting my experiences in particular, it seems important to me to highlight, as a preamble, two elements that I consider important.
The first of these is that I have suffered from spastic paraparesis, which has meant that throughout my life I have been treated countless times by health personnel as well as with different hospitals. I must say that in this long pilgrimage that began more than forty years ago at the Teletón Institute I have met many professionals of the highest level, despite which the work of the nurse undoubtedly deserves a very prominent place in my already long journey through the intricacies of medicine.
A second point that I want to highlight is that I am writing this account six months after my admission to the UC Christus Hospital, for which I have had the time to serenely weigh my impressions of that experience, after which I can only feel grateful to the professionals who treated me there, especially nurse Marcela, who not only showed the professionalism that can be expected but also went beyond what her duty required; she did not limit herself to administering medications and other tasks characteristic of their work. Rather, she was always attentive to the smallest detail, an issue that in my case was fundamental because I found myself absolutely bedridden. I always received from her a treatment that was not only respectful but warm. I would say rather affectionate, which is fundamental for a patient who is in a total state of defenselessness.
To cite just a few examples, I remember that it was always possible to guess the smile in her eyes despite the mask, which I imagine should not be easy. Her work surely puts her under stress, not to mention that, like everyone else, she must deal with difficulties on a personal level. Notwithstanding which, she always maintained a foolproof disposition and certainly dealing with me was not always an easy task. Many times after a sixty-day stay at the clinic I lost my temper and I certainly wasn't the nicest person. It is precisely at these moments when she gave the greatest demonstration of her vocation, because instead of ignoring me and continuing with her chores, she always took the time to calm me down with serenity and affection. Many other times, despite all the work at the hospital, she found a few minutes to talk to me about anything. A meal, a childhood memory or whatever. Those conversations certainly rescued me from the loneliness of finding myself prostrate as well as isolated.
Another thing that I remember with particular gratitude is a moment in which I was immersed in the most absolute sadness and seeing this, she looked at me with infinite understanding and took my hands. This gesture might seem insignificant since in a hospital it is very common for everyone to examine and auscultate you, but usually this action is more like handling an instrument than human contact. Therefore, when I say that she took my hands, I mean to do it with the deepest respect, empathy for the human being in front of her. In fact, she only said a few simple words: "Everything is going to be fine," but what was truly significant was the tone of her voice and her gaze, which reflected a serenity and empathy rarely seen. In such a way that for a few precious moments it seemed to me that I was at home and not in the cold and aseptic room of a hospital. I have no doubt that someone with these characteristics deserves all possible recognition, because in addition to the aforementioned, she was also capable of being understanding with my mother, also having infinite patience and total understanding with her in the face of our complex situation.
As I said at the beginning, this is not a spectacular story but rather the clumsy retelling of thousands of details that ultimately rescued me. Opening or closing the curtains to my liking, handing me a glass of water, saying goodbye to me at the end of their shift, asking if they would come to visit me. Being attentive to my mealtimes. Placing a blanket every time I said, ringing the bell, that I was cold. All of this with great delicacy. If I multiply these small actions by the almost two months that I was there and extend them to the many patients who during that period, and I am sure that even now continue to receive their deferential, dedicated and respectful treatment, they would not reach all the characters in the world to be thankful for finding in life people with that dedication and vocation.
Some time ago I read somewhere that nurses change lives and that changes everything. That expression acquires a deep and alive meaning for me today. When saying thank you falls short, words come to mind open that long ago I heard a theologian say: “God has his hands tied, he only has ours to do good.” And in my case the hands of that nurse were truly the hands of God. Certainly, we can discuss at length about the existence or not of God but what is not possible to discuss is the human quality, vocation, and delivery of my blessings. Not only in the religious sense of the term but perhaps in the most beautiful, which is the etymological sense of the word: to say well about someone, because I only have good words to say about her. Infinite thanks.
El primero de ellos es que padezco de nacimiento de una Paraparesia espástica, lo cual ha conllevado que a lo largo de mi vida he tratado incontables veces con personal de salud así como con distintos centros hospitalarios y debo decir que en este largo peregrinar que se iniciara hace más de cuarenta años en el Instituto Teletón he encontrado muchos profesionales de altísimo nivel, no obstante lo cual el quehacer de la enfermera merece sin duda un lugar destacadísimo en mi ya larga andadura por los vericuetos de la medicina.
Una segunda cuestión que deseo poner de relieve es que compongo este relato seis meses después de mi internación en el hospital U.C Christus, por lo cual he tenido el tiempo de sopesar serenamente mis impresiones sobre dicha experiencia, tras lo cual no puedo sino sentirme agradecido de los profesionales que ahí me atendieron, especialmente de la enfermera Marcela, quien no solo mostró el profesionalismo que cabe esperar sino que fue sin duda mucho más allá de lo que el deber le imponía, pues no se limitó a la administración de medicamentos y otras tareas propias de su quehacer. Más bien estuvo siempre atenta al más mínimo detalle, cuestión que en mi caso resultó fundamental por encontrarme absolutamente postrado. Siempre recibí de ella un trato no solo respetuoso sino cálido. Yo diría más bien afectuoso, lo cual es fundamental para un enfermo que se encuentra en total estado de indefensión.
Por citar solo algunos ejemplos recuerdo que siempre era posible adivinar a pesar de la mascarilla la sonrisa de sus ojos, cosa que imagino, no debe ser sencilla. Su quehacer seguramente la somete a estrés, por no mencionar que como todos debe lidiar con dificultades en el plano personal. No obstante lo cual mantuvo siempre una disposición a toda prueba y ciertamente lidiar conmigo no fue siempre tarea fácil. A muchos momentos producto de una estadía de sesenta días en la clínica perdí los nervios y ciertamente no fui la persona más amable.
Es precisamente en estos momentos cuando ella dio mayor muestra de su vocación, pues en lugar de ignorarme y seguir con sus quehaceres se tomó siempre el tiempo para, con serenidad y afecto, darme calma. Muchas otras veces, a pesar de todo el quehacer del hospital encontró unos minutos para conversar conmigo de cualquier cosa. Una comida, un recuerdo de infancia o lo que fuera. Esas conversaciones ciertamente me rescataron de la soledad que suponía encontrarme postrado además de aislado. Otra cosa que recuerdo con particular gratitud es un momento en que yo me encontraba sumido en la más absoluta tristeza y al ver esto ella me miró con infinita comprensión y me tomó las manos. Este gesto pudiera parecer insignificante pues en un hospital es muy común que todo mundo te examine y ausculte, pero por lo regular esta acción se parece más a la manipulación de un instrumento que a un contacto humano. Por lo tanto, cuando digo que tomó mis manos me refiero a hacerlo con el más profundo respeto, empatía por el ser humano que tiene en frente. En verdad solo dijo unas sencillas palabras: “Fabián todo va a estar bien”, pero lo verdaderamente significativo fue el tono de su voz y su mirada que reflejaban una serenidad y una empatía pocas veces vista. De tal modo que por unos preciados instantes me pareció estar en casa y no en la fría y aséptica sala de un hospital. No me cabe duda de que alguien con esas características merece todos los reconocimientos posibles, pues además de lo antes reseñado ella fue también capaz de ser comprensiva con mi señora madre, teniendo con ella también una paciencia infinita y una comprensión total ante nuestra compleja situación.
Como dije al comienzo, esta no es una historia espectacular sino más bien la torpe narración de miles de detalles que en definitiva me rescataron. El abrir o cerrar las cortinas a mi gusto, el alcanzarme un vaso de agua, el despedirse de mí al terminar su turno, el preguntar si vendrían a visitarme. El estar atenta a mis horarios de comida. El colocar una manta cada vez que yo decía, tocando el timbre, que tenía frío. Todo esto con gran delicadeza Si yo multiplico estas pequeñas acciones por los casi dos meses que estuve allí y las hago extensivas a los muchos enfermos que durante ese período, y estoy seguro que aún ahora siguen recibiendo su trato deferente, dedicado y respetuoso, no alcanzarían todos los caracteres del mundo para agradecer encontrar en la vida personas con esa entrega y vocación.
Hace un tiempo leí por ahí que las enfermeras cambian vidas y eso lo cambia todo. Esa expresión cobra hoy para mí un sentido profundo y vivo. Cuando decir gracias se queda corto se me vienen a la mente las palabras que hace tiempo oí decir a un teólogo: "Dios tiene las manos atadas, solo tiene las nuestras para hacer el bien." Y en mi caso las manos de esa enfermera fueron auténticamente las manos de Dios. Ciertamente podemos discutir largamente sobre la existencia o no de Dios pero lo que no tiene discusión posible es la calidad humana, vocación y entrega de, mis bendiciones. No solo en el sentido religioso del término sino quizás en el más hermoso que es el sentido etimológico de la palabra: decir bien de alguien, pues yo solo tengo buenas palabras para decir de ella. Gracias infinitas.
***
(Translated using Google Translate)
This is not a spectacular story about an act of extreme heroism, but rather the writing of the indelible impression that the serene vocation of a nurse made on me. Before recounting my experiences in particular, it seems important to me to highlight, as a preamble, two elements that I consider important.
The first of these is that I have suffered from spastic paraparesis, which has meant that throughout my life I have been treated countless times by health personnel as well as with different hospitals. I must say that in this long pilgrimage that began more than forty years ago at the Teletón Institute I have met many professionals of the highest level, despite which the work of the nurse undoubtedly deserves a very prominent place in my already long journey through the intricacies of medicine.
A second point that I want to highlight is that I am writing this account six months after my admission to the UC Christus Hospital, for which I have had the time to serenely weigh my impressions of that experience, after which I can only feel grateful to the professionals who treated me there, especially nurse Marcela, who not only showed the professionalism that can be expected but also went beyond what her duty required; she did not limit herself to administering medications and other tasks characteristic of their work. Rather, she was always attentive to the smallest detail, an issue that in my case was fundamental because I found myself absolutely bedridden. I always received from her a treatment that was not only respectful but warm. I would say rather affectionate, which is fundamental for a patient who is in a total state of defenselessness.
To cite just a few examples, I remember that it was always possible to guess the smile in her eyes despite the mask, which I imagine should not be easy. Her work surely puts her under stress, not to mention that, like everyone else, she must deal with difficulties on a personal level. Notwithstanding which, she always maintained a foolproof disposition and certainly dealing with me was not always an easy task. Many times after a sixty-day stay at the clinic I lost my temper and I certainly wasn't the nicest person. It is precisely at these moments when she gave the greatest demonstration of her vocation, because instead of ignoring me and continuing with her chores, she always took the time to calm me down with serenity and affection. Many other times, despite all the work at the hospital, she found a few minutes to talk to me about anything. A meal, a childhood memory or whatever. Those conversations certainly rescued me from the loneliness of finding myself prostrate as well as isolated.
Another thing that I remember with particular gratitude is a moment in which I was immersed in the most absolute sadness and seeing this, she looked at me with infinite understanding and took my hands. This gesture might seem insignificant since in a hospital it is very common for everyone to examine and auscultate you, but usually this action is more like handling an instrument than human contact. Therefore, when I say that she took my hands, I mean to do it with the deepest respect, empathy for the human being in front of her. In fact, she only said a few simple words: "Everything is going to be fine," but what was truly significant was the tone of her voice and her gaze, which reflected a serenity and empathy rarely seen. In such a way that for a few precious moments it seemed to me that I was at home and not in the cold and aseptic room of a hospital. I have no doubt that someone with these characteristics deserves all possible recognition, because in addition to the aforementioned, she was also capable of being understanding with my mother, also having infinite patience and total understanding with her in the face of our complex situation.
As I said at the beginning, this is not a spectacular story but rather the clumsy retelling of thousands of details that ultimately rescued me. Opening or closing the curtains to my liking, handing me a glass of water, saying goodbye to me at the end of their shift, asking if they would come to visit me. Being attentive to my mealtimes. Placing a blanket every time I said, ringing the bell, that I was cold. All of this with great delicacy. If I multiply these small actions by the almost two months that I was there and extend them to the many patients who during that period, and I am sure that even now continue to receive their deferential, dedicated and respectful treatment, they would not reach all the characters in the world to be thankful for finding in life people with that dedication and vocation.
Some time ago I read somewhere that nurses change lives and that changes everything. That expression acquires a deep and alive meaning for me today. When saying thank you falls short, words come to mind open that long ago I heard a theologian say: “God has his hands tied, he only has ours to do good.” And in my case the hands of that nurse were truly the hands of God. Certainly, we can discuss at length about the existence or not of God but what is not possible to discuss is the human quality, vocation, and delivery of my blessings. Not only in the religious sense of the term but perhaps in the most beautiful, which is the etymological sense of the word: to say well about someone, because I only have good words to say about her. Infinite thanks.